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Sobre Mí
¿Quién soy?
Mi nombre completo es Juan Luis Pérez Floristán, pero para diferenciarme de mi padre, también Juan Luis, en casa se me ha llamado siempre Juan (o Juanillo). Pero eso no responde a la pregunta de quién soy, sino de cómo me llamo. Decir quién es uno es complicado, así que trataré de salir del paso repasando mis principales hitos vitales y académicos (los profesionales los dejamos para más abajo).
Nací en 1993, en Sevilla, ciudad al sur de España, que ya de por sí está al sur de Europa. Mi padre, Juan Luis Pérez, es director de orquesta, y de él aprendí a dirigir. Mi madre, María Floristan, es pianista y pedagoga, y de ella aprendí a tocar el piano. Mi hermana, Carmen Pérez, salió farmacéutica, pero ella tampoco puede negar que la música que corre por sus venas, y a día de hoy toca los tambores en una Batukada (quizás algún día también aprenda eso de ella). Nata era nuestra perrita, una Épagneul Bretón, que nos acompañó durante 15 años en los que nos hizo la familia más feliz del mundo, y ahora es Woody (otro Bretón) el que nos sigue dando alegrías.
Con 15 años conocí a Elisabeth Leonskaja, y su calidad artística, pedagógica y humana cambió mi vida por completo. Fue ella la que me dio un consejo que seguí a pies juntillas: que me fuera a Madrid. Leonskaja seguiría acompañándome a lo largo de muchos años con sus inestimables consejos y clases, y, mientras tanto, le hice caso y me marche de Sevilla (ciudad que no volvería a ser mi lugar de residencia durante 12 años).
Así que con 16 años me mudé a Madrid, donde proseguí mis estudios pianísticos con Galina Eguiazarova en la Escuela de Música Reina Sofía durante 4 años. Probablemente fue el período más importante de mi formación artística y personal, donde cultivé grandes amistades, fui testigo de conciertos inolvidables (ay, Abbado…) y adquirí más experiencia escénica que nunca.
Con 20 años decidí irme algo más al norte: nada menos que a Berlín. El motivo era doble: por un lado, estaba Eldar Nebolsin, quien sería mi último gran Maestro; y, por otro, la propia ciudad de Berlín, un microcosmos cultural increíble e inabarcable en el que me sumergí durante 7 años. En el seno de la Hochschule für Musik Hanns Eisler amplié no solo mi formación pianística con la guía inestimable de Eldar, sino que abrí nuevos horizontes artísticos y personales: di clases de batería durante dos años en el Jazz Institut de Berlín con Mario Würzebesser, tuve mis primeras experiencias teatrales y de presencia escénica (de la mano de Kristin Gutenberg), asistí a conciertos aún más inolvidables (ay, Rattle…), cultivé otras tantas amistades, seguí ahondando en mi amor por el cine y las artes escénicas (recomiendo a cualquier visitante que no se pierda el Cine Babylon, donde tan feliz fui), y estuve subido encima de un escenario más tiempo del que pueda recordar.
Pero ciudades como Berlín son un regalo envenenado: todo sucede allí, todo ha de pasar por allí, allí es donde conoces a todo el mundo… pero todo se olvida, todo pasa, y nada cala hondo. Cansado de despedirme de tantas amistades que dejaban la ciudad para no volver, me fui tras 7 gloriosos y fríos años. ¿A dónde?
El Sur siempre acaba llamando a todos sus hijos. Con un bagaje a mis espaldas incalculable y en plena pandemia, decidí volverme a Sevilla con 27 años recién cumplidos, sin saber muy bien por qué pero con el convencimiento de que, como en casa, no se está en ningún lado.
Al poco de regresar a mi ciudad y continuando con mi actividad concertística, acometí otro de mis grandes proyectos vitales, algo que me debía a mí mismo y que no había podido considerar seriamente por falta de tiempo, convicción y energías: mi formación actoral. Sin ningún tipo de ambición profesional (amateur significa, literalmente, amante) y con la única intención de ampliar mis herramientas escénicas e investigar nuevas formas de expresión artística, empecé a adquirir cada vez más herramientas interpretativas, de voz, cuerpo… con maestros como Consuelo Barrera, Ernesto Arias, Lidia Otón, Sarah Kane, Claire Heggen… Y tuve la suerte de encontrar a otro gran maestro cuando ya pensaba que algo así no me sucedería: Vicente Fuentes, guía, mentor y profesor sin igual.
Y hasta hoy…
(No puedo acabar esta sección sin antes mencionar a otros grandes maestros que marcaron mi vida de una manera especial: Eberhardt Feltz, Claudio Martínez Mehner, Daniel Barenboim, Horacio Gutiérrez, Luca Chiantore, Ana Guijarro, Ferenc Rados, Menahem Pressler, Nelson Goerner, Stephen Kovacevich…).
¿Qué hago?
Lo que es hacer, hago muchas cosas, algunas mejor que otras.
Aquí una lista (incompleta pero representativa) de mis muchas inquietudes y un repaso resumido de mi actividad profesional hasta la fecha:
Curiosamente las manualidades nunca fueron mi fuerte, y menos aún si se trataba de pintar, pero sí he sabido hacer con ellas algo de provecho en esta vida: tocar el piano. Empecé a los 7 años, ni pronto ni tarde para lo que se estila, y con la guía de mi madre, María Floristán, fui subiendo peldaños. Desde muy chiquitito tuvimos claro que la experiencia escénica era lo más importante para un músico, así que aproveché cualquier oportunidad para foguearme en público y aprender nuevos repertorios. De ahí vino mi amor desde muy jovencito por la música de cámara, que nunca me ha abandonado, habiendo formado en la actualidad un trío con Miguel Colom y Fernando Arias (el “Trío VibrArt”). También he tocado con músicos como el Cuarteto Casals, Andrei Ionita, Pablo Barragán, Pablo Ferrández, Kian Soltani, Dietrich Henschel, Jonian Ilias Kadesha…
Mi actividad orquestal empezó también desde muy pequeñito, tocando el Concierto número 12 de Mozart con mi padre, Juan Luis Pérez, a la batuta. Desde entonces, he tocado con formaciones como la BBC Philharmonic Orchestra, La Orquesta Filarmónica de Israel, la Filarmónica de San Petersburgo, la Orquesta Nacional de España, la Camerata de Jerusalén, la Orquesta Sinfónica de Monterey (EEUU), la Orquesta Sinfónica de Malmö, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, la Orquesta de Barcelona… Y con directores como Jesús López Cobos, Lahav Shani, Vasily Petrenko, Juanjo Mena, Pablo González, Marc Soustrot, Leopold Hager, Lorenzo Viotti, Josep Vicent, Max Bragado…
También he dirigido desde el piano conciertos de Beethoven y de Mozart (uniendo las enseñanzas de mi madre y de mi padre).
En cuanto a las salas en las que he tenido el privilegio de tocar, no puedo olvidar el Royal Albert Hall (junto a la BBC Philharmonic Orchestra en el festival de los Proms), el Carnegie Hall, el Wigmore Hall, la Elbphilharmonie de Hamburgo, el Teatro Colón de Buenos Aires, la Herkulessaal de Munich, la Tonhalle de Zürich, la Filarmonía de San Petersburgo, el Béla Bartók Hall de Budapest, el Teatro La Fenice de Venecia, la Laeiszhalle de Hamburgo, Schloss Elmau, el Auditorio Nacional de Madrid, el Palau de la Música de Barcelona, l’Auditori de Barcelona, el Charles Bronfman Auditorium de Tel Aviv, el Ateneo Rumano de Bucarest…
Los mayores hitos de mi vida profesional han sido ganar en 2015 el Concurso Internacional de Piano “Paloma O’Shea” de Santander, en 2021 el Concurso Internacional de Piano “Arthur Rubinstein” de Tel Aviv (en ambos también gané el premio del público) y ser Medalla de Oro de la Ciudad de Sevilla. Pero nunca olvido el refrán que dice que llevar premio no depende de uno, pero merecerlo, sí…
También soy desde el año 2020 profesor de piano en la Fundación Barenboim de Sevilla, y desde 2021 profesor de Ritmo Aplicado a la Interpretación en la escuela actoral “La Colmena” de Sevilla.
Además, desde 2021 también soy Artista Oficial Yamaha.
Cambiando de tercio, el cine siempre ha sido mi gran pasión, aunque no sé si ponerlo aquí, porque lo que es “hacer cine”, no hago (si bien lo estudio por mi cuenta: la única cosa en la que soy autodidacta). Pero aquí queda escrito, por si algún día cae la breva. Mientras tanto, escribo guiones, piezas de teatro, historias para no dormir… Llamémoslo por ahora un “hobby” que me apasiona.
Y hablando de escribir, también escribí durante dos temporadas una sección para La Ventana de La Ser con Carles Francino. La sección se llamaba “Tócala otra vez, Juan”, mismo título que… mi canal de YouTube. Me resisto a mencionarlo, porque llevar adelante un canal de YouTube requiere tiempo y muchas energías, de los cuales no dispongo en abundancia, así que mejor digamos que de vez en cuando publico vídeos en los que hablo de todo un poco (y mucho de música).
De pequeño me encantaban los trucos de cartas y la papiroflexia. A día de hoy no sé ni jugar al mus ni doblar correctamente una servilleta.
¿Qué pienso?
Uno puede existir y hacer, pero de poco sirve si no hay algo detrás. O quizás sí…
-Hablar de música clásica es difícil; divulgar sobre música clásica, fácil.
-La educación y la animación sociocultural no son lo mismo.
-En las profesiones vocacionales deberían estar los que son y ser los que están. Deberían…
-La curiosidad no se enseña. Si acaso se despierta.
-Hablar de música clásica implica hablar de grandes obras del pasado, sí, pero también del sistema económico que la ha sustentado y la sustenta actualmente, de la estructura laboral y profesional donde esas obras viven, de los espacios donde se interpreta y escucha, de la relación del público con los intérpretes, de la industria discográfica, del algoritmo de Spotify, de la estética de los conciertos en vivo, del atuendo de los espectadores, de que no se aplauda entre movimientos, de lo ridículo que es que no se aplauda entre movimientos…
-Que algo sea un constructo social no significa que no sea real, importante o válido. La música clásica es un constructo social. Que algo sea un constructo social no significa que no sea real, importante o válido.
-En las artes, todo es moda, y las modas son barridas por el viento de los tiempos. Si nos arrogamos el derecho a reírnos de los códigos interpretativos del pasado, le estamos dando vía libre al futuro para que haga lo mismo con nosotros. Quizás es el precio a pagar para que nada muera.
-Las palabras son pequeños fracasos; por eso nunca dejamos de hablar: porque nunca son suficiente.
-Poco se habla de la responsabilidad del público.
-Interpretar es opinar.
-El texto no es la obra, y no todo texto es escrito. La lectura permite divagar, volver hacia atrás, ojear la siguiente página, repetir una frase: la mente vuela sin miedo a perderse. El sonido nada de eso permite, y cesa de existir nada más nacer.
-Lo escrito es general; los sonidos, concretos.
-La música existe cuando es representada. Los compositores facilitan textos a los intérpretes para su representación. Los intérpretes re-presentamos la música.
-Nada de lo que pienso tiene validez, pero lo creo firmemente.